Nacho es hijo de la caña. Hijo y hermano de cañeros, nació en Chichigalpa, una pequeña ciudad nicaragüense donde se elabora uno de los rones más preciados en el mundo. Pero también donde la insuficiencia renal crónica -considerada una epidemia de los cañaverales y relacionada directamente con las exigentes jornadas de trabajo en un estudio realizado por la Escuela de Salud Pública de la universidad de Boston- ha causado la muerte prematura de 24.000 personas en la última década y donde las madres sobreviven a sus hijos.
Fue en enero de 2014 durante una protesta de trabajadores, que exigían mejores condiciones e indemnizaciones, cuando la policía abrió fuego y una bala alcanzó la cabeza de Nacho, que pasaba por allí. Aquella bala no lo mató del todo pero lo acompaña desde entonces, alojada en su cerebro, impidiéndole casi todas las funciones motrices como caminar o hablar, y causándole fuertes jaquecas a diario. Mientras tanto el gobierno, que prometió ayudar y compensar a la familia, lleva tres años incumpliendo sus promesas.
Esta es la historia de Nacho y también la de todos los hijos de la caña; de su supervivencia a pesar del abandono, la represión y esa bala (a veces metafórica, a veces literal) con la que conviven.